El 6 de junio de 1882, el
inventor neoyorquino Henry W. Weely obtuvo la primera patente de su país para
una plancha eléctrica. Aunque su concepto de espiras resistentes al calor era
imaginativo, la plancha en sí era poco práctica. Sólo se calentaba lentamente
enchufada en su soporte, y se enfriaba rápidamente. En 1906, cuando Richardson
decidió lanzarse a la fabricación de planchas, dio precisamente este nombre a
su producto.
Las
planchas eléctricas presentaban el mismo problema que los demás aparatos
eléctricos de la época, con la única excepción de la bombilla. Hacia 1905
muchas centrales eléctricas no ponían en marcha sus generadores hasta la puesta
del sol, y los paraban al despuntar el día. Así pues, la familia que deseaba
beneficiarse de las nuevas comodidades, como la tostadora eléctrica, la
cafetera eléctrica, el reloj eléctrico o la plancha eléctrica, sólo podía
conectar sus aparatos durante la noche. La salida del sol acallaba el zumbido
del progreso.
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